antes de su mecedura con el Luna para constituir el Órbigo, quedan mucho menos
definidos. Serán un conjunto de factores los que anuncien el cambio: la transición
entre zonas estrictamente montañosas y las amplias llanuras fluviales en las que
el río discurre divagante; entre una arquitectura tradicional levantada en piedra y
otra dominada por el barro; entre la roca cuarcítica, áspera y oscura, y los grandes
depósitos de cantos rodados embebidos en vistosas arcillas rojas; la transición, en
suma, entre una forma de vida eminentemente ganadera y otra volcada en obtener
de la tierra todo su potencial agrícola.
En este tramo medio el río adquiere todo su protagonismo; poco a poco va
apaciguando su energía y depositando los materiales que, aguas arriba, sustrajo a
la montaña. Pedreros de cantos blancos, quemados por el sol, se disponen en los
ribazos, desplazándose o cambiando con cada nueva riada. Son refugio de lagarti-
jas y culebras que al calor del verano activan su sangre fría; o de las víboras, que
paren allí a sus crías sabedoras de que cerca del agua siempre ha estado la vida.
Las zancas
El río impuso su carácter a las gentes del valle, que ingeniaron distintos medios
para hacer frente a las crecidas que, año tras año, destruían puentes y caminos o
deshacían puertos, presas y acequias. Para sortear el agua los ribereños emplearon
tradicionalmente zancas; el artilugio se elabora con dos palos largos y rectos, a ser
16.
Trascastro de Luna