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35.

Sebe

La comunidad faunística asociada a las sebes resulta de enorme interés. Entre

la maraña de ramas y troncos encuentran cobijo y alimento multitud de peque-

ños mamíferos, como ratones, topillos o lirones. Especializados en su captura,

comadrejas y armiños se mueven con increíble agilidad. Multitud de pajarillos

frecuentan estos ambientes: el diminuto chochín, el ruiseñor o el mirlo son fáciles

de identificar por su canto, favorecidos por el grano de las fincas o la multitud de

insectos y otros invertebrados como caracoles, babosas o arañas que constituyen

la base de las cadenas tróficas de este entorno.

Asociada a esta riqueza biológica se encuentra un interesante patrimonio cul-

tural que refleja una forma ancestral de trabajo y de relación con el entorno. Así,

además del manejo de sebes y cierros, de los prados se obtenían todo tipo de pro-

ductos gracias a un complejo sistema de “regadío” que, en muchos casos, remonta

sus orígenes a estructuras agrarias medievales promovidas por los monasterios

que iniciaron la repoblación de estas tierras tras su reconquista. Una vasta red de

presas y regueros llevaban el agua a los rincones más alejados del cauce; la presa

tomaba el agua a través de un puerto preparado en el río con troncos, cantos y

ramas que, a modo de dique, permitía derivar el agua. El derecho de uso del agua

estaba estrictamente regulado y cada vecino tenía sus turnos de riego. Como el

sistema exigía un mantenimiento periódico, los trabajos necesarios se acometían

en hacendera entre todos los regantes. A veces, para salvar los desniveles del terre-

no, el agua se bombeaba con norias que, como otros muchos ingenios manuales,

van desapareciendo.