

Protagonista junto al pastor de estos des-
plazamientos era la oveja merina, una raza
muy resistente que soporta bien los largos
viajes y el continuo cambio de alimento que
ello conlleva, e incluso su escasez. La finu-
ra, suavidad y el color blanco de su lana, la
hicieron óptima entre los artesanos textiles
del norte y centro de Europa que la emplea-
ron para fabricar sus más exclusivos paños.
Adiferencia de lo que sucede hoy en día,
el oficio de pastor estaba muy valorado; la
relevancia de la lana española en los mer-
cados internacionales proporcionaba impor-
tantes beneficios y los pastores contaban con
algunos privilegios, además de con un suel-
do y una parte de las crías. El hundimiento
del mercado de la lana y la exportación de
merinas españolas terminó con el monopo-
lio de la Mesta.
A pesar de todo, el trabajo del pastor
era duro; a los más de dos meses que du-
raban los desplazamientos, se añadían las
largas estancias fuera de casa, la atención
constante a las ovejas, el acecho de lobos
y otras alimañas, los días de lluvia, nieve o
intenso calor, siempre a la intemperie. Sólo
la estrecha convivencia entre los pastores y
la complicidad de los perros, mastines y ca-
reas, mitigaba los prolongados periodos de
soledad.
Esta forma de vida ha generado un vasto
patrimonio que sigue vigente en Luna. Una
extensa red de vías pecuarias llega hasta los
rincones más insospechados del territorio:
las cañadas, las grandes vías de 90 varas
castellanas, se van ramificando en cordeles
y veredas. Auténticos corredores ecológi-
cos, estuvieron en uso hasta hace apenas
unas décadas, y casi perdidos en la actuali-
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Brañas de Gameo