Entre la historia y la tradición
Dilatada es la historia de Luna; la de sus rocas, que se remontan a la géne-
sis de la Cordillera Cantábrica; y la de sus gentes, escrita apenas hace algunas
centurias, pero patente en numerosos restos y evidencias dispersos por todo el
territorio.
Estos valles guardan la memoria de antiguos pobladores prerromanos,
como atestigua la existencia de algunos castros -como el de Callejo de Ordás,
del que se todavía se intuye el foso-, y otras evidencias arqueológicas, como las
halladas en Mallo y Garaño. Los romanos buscaron diversos minerales en sus
entrañas y franquearon sus montes con puentes y calzadas ubicados en el fondo
del valle ahora anegado. Así, la tradición recoge que el Luna se cruzaba bajo
la peña que ahora soporta el muro de la presa que embalsa sus aguas, por un
puente que hacía también las veces de contadero de las ovejas trashumantes.
Pero será durante los primeros años de la Reconquista cuando Luna cobre
cierto protagonismo. Tiempos en que las montañas cantábricas delimitaban las
tierras de la monarquía asturiana y el dominio musulmán; valles que contem-
plaron continuas incursiones de uno y otro contendientes hasta que la intangi-
ble línea fronteriza fue desplazándose, y los cristianos afianzaron sus dominios
en los valles meridionales de la Cordillera; entonces, un sólido conjunto de
torres y fortalezas defensivas marcó el avance hacia el sur de los cristianos,
que aseguraron así la estabilidad de sus nuevos dominios. Bajo su tutela y de
la mano, en muchos casos, de comunidades monásticas favorecidas por dona-
11.
Puente Fernández Casado