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estas hondonadas frescas,

relatando el pasado gla-

ciar de estas sierras, un

arco montañoso definido

por el Alto de La Cañada,

el Tambarón y la sierra

del Suspirón que, con

altitudes próximas a los

2.000 metros, cierran el

valle en su extremo sep-

tentrional.

El activo glaciarismo

de los últimos periodos geológicos ha dejado -y sigue dejando aunque con mucha

menor intensidad- numerosas evidencias en toda la comarca. Vestigios de un

pasado helado, que tiene en el Campo de Santiago, en el Valle Gordo, en el de

Fasgarón o en el Valle de Vivero, al pie del Nevadín, algunos de sus mejores

representantes. Labrados por inmensas lenguas glaciares, algunas de varios kiló-

metros de longitud, estos valles en artesa se caracterizan por su perfil en “U”, con

fondo amplio y plano. También las rocas, con estrías y marcas abundantes, relatan

el lento pero agresivo paso del hielo hace más de 12.000 años.

La vida en la montaña

En algunas de estas vegas, entre Colinas y el Campo de Martín Moro, retum-

ba aún el fragor de antiguas batallas, cuando, durante la Reconquista, las tropas

cristianas, auxiliadas por el patrón Santiago, fueron capaces de contener el avance

sarraceno por el Boeza. En agradecimiento, levantaron la ermita de Santiago, una

sencilla construcción que todavía se yergue en un lado de la vega, testigo silencioso

de la historia y de

la tradición.

Por encima de

los 1.700-1.800

m de altitud, en

el dominio del

piso

subalpi-

no, se extienden

amplias praderías

naturales, pasti-

zales de diente,

ancestralmente

aprovechados por

los ganados, tanto

estantes como

9.

Campo de Martín Moro

Pozo Llao